octubre 3, 2019

Son numerosos los motivos que ubican a Chernobyl como una de las mejores producciones del 2019. Su triunfo en la gala de los premios Emmy es el fruto de la sublime representación del desastre medioambiental que marcó la historia de un continente y que, curiosamente, continúa llamando la atención a pesar de su indeleble antigüedad.

Creo que todos hemos sido testigos de cómo la industria del entretenimiento ha intentado recrear esta catástrofe nuclear a través de diferentes referencias y obras cinematográficas, cuya mayoría de argumentos no han estado sustentados en la priorización de los hechos, sino en el más puro sensacionalismo de sus resultados. Esto ha tergiversado los profundos daños ocasionados por el accidente y ha generado una constante banalización de los afectados, quienes a menudo son víctimas de comparaciones fuera de contexto. Todo ello ha ocasionado que este acontecimiento se convierta en un tema de interés sociocultural que con el tiempo ha elevado su nivel de incertidumbre y que, actualmente, despierta cierta curiosidad debido a la magnitud de lo ocurrido.

Sin duda alguna, HBO ha sabido poner las cartas sobre el asunto y ha sintetizado toda la información documentada para reflejarla en 5 episodios que no brillan únicamente por la sutileza de una narración extraordinaria, sino también por un lenguaje audiovisual que logra transmitir diferentes sensaciones asociadas a la angustia y a la impotencia. Más allá de relatar con certeza los hechos antes, durante y después del incidente, la serie se encarga de construir toda una atmósfera intrigante que cerciora consternar nuestra posición de espectador, adentrándonos en la simplicidad de los más oscuros detalles.

Desde el primer minuto, toda la estética de Chernobyl es una armonía orquestada que funciona al compás de un suspenso paulatino y que, con el mayor acierto, se adecua perfectamente al contexto de lo sucedido. Además de ello, su genialidad también se debe a cómo el tono de la serie se enfoca en transmitir esas sensaciones agobiantes a pesar de que el espectador ya sepa lo que va a ocurrir. Y quizás allí está su mayor logro, porque Chernobyl no solo se encarga de informar lo superficial, sino que también se preocupa por innovar sus formas de comunicar lo acontecido.

Esta es una producción que no le teme a la crudeza explícita del caos y que nos muestra la realidad de un hecho que logra impactar sin recurrir al morbo. Lo más cautivante es que a partir de establecer los fundamentos para el hilo de su eje narrativo, la serie jerarquiza diferentes puntos de vista a través de unos personajes que hacen interesarnos por su cada uno de sus desenlaces. Chernobyl se desenvuelve (y qué bien lo hace) desde la mirada científica, política y/o económica, plasmando diferentes premisas sobre la mentira, la manipulación de información y el desconcierto de lo ambiguo. Para finalizar, no quisiera entrar en más detalles sobre lo magnífica que es esta serie, pero si tuviese que recomendar algo para ver de ahora en adelante, esta sería mi primera opción.