18-septiembre-2020.

Los juegos van mucho más allá de una simple actividad recreativa, también son más complejos que una mera actividad competitiva y, por supuesto, su objetivo principal, no es pasar por encima de los “rivales”, como normalmente se cree.

Las personas que ven los juegos de las dos últimas formas son seres que se encuentran en el nivel uno de consciencia, es decir, conciben los juegos como vínculos mercantiles, costo-beneficio. Por ende, trasladan ese tipo de pensamiento utilitarista al tablero de la vida, en el que moverán sus fichas estratégicamente para ganar la partida, cueste lo que cueste; y si es necesario saltarse las normas, lo harán sin meditarlo previamente.

Ahora bien, las personas que se encuentran en el nivel dos de consciencia, piensan los juegos como actividades creativas, en donde los participantes que intervienen en estos son capaces de establecer interacciones sociales nuevas y enriquecedoras con los copartícipes que forman parte de esa misma unidad, permitiendo así, “crear” paulatinamente una identidad colectiva e individual dentro de ese conjunto.

Por esta razón, los juegos son esenciales en la crianza de los infantes y jóvenes, pues son capaces de otorgar un significado sólido a nuestra existencia, porque instauran internamente roles, normas y patrones de comportamiento que nos permiten proporcionarle sentido a nuestras acciones. De aquí la relevancia de los maestros –madres, padres, docentes, tutores, etc.– para saber guiar a las futuras generaciones de individuos que llegan a la tierra y se sienten (como es natural): inexpertos, individualistas, inconscientes, desorientados, desconfiados, perdidos, sorprendidos… frente a una nueva realidad insólita, descomunal y abrumadora que se les abre de par en par.

Con el fin de ejemplificar y justificar la anterior premisa, expondré una pequeña parte del enfoque teórico: Interaccionismo Simbólico. Este nos permitirá entender con más claridad cómo los juegos pueden elevarnos a un segundo nivel de consciencia y, de esa manera, desarrollar lentamente nuestra propia identidad en el mundo.

Interaccionismo Simbólico como fuente para desarrollar identidad

El principal impulsor del Interaccionismo Simbólico fue George H. Mead (1863-1931) que, por medio de sus cátedras dictadas en la Universidad de Chicago, Estados Unidos, sembró ideas innovadoras que sus discípulos más ilustres, como Herbert Blumer, las trasladaron al papel y posteriormente las siguieron desarrollando. El Interaccionismo Simbólico es una corriente interdisciplinaria; utiliza en parte la sociología, la politología, la psicología, la antropología y la lingüística, para explicar el comportamiento de los seres humanos mediante la interacción social.

Una de las ideas principales de este enfoque es que la identidad de un individuo no se puede formar de la nada, es decir, que como seres sociales tenemos la obligación de interactuar con los demás para poder forjar nuestra propia personalidad; en otras palabras, la identidad individual surge de las relaciones sociales que establecemos con los otros.

Esa identidad George Mead la llama el “Yo” o “autoconciencia” o “Self” (lo que yo llamo segundo nivel de consciencia). Para poder interactuar con los demás se debe realizar un acto social (es un gesto por parte de un interlocutor que provoca una respuesta al receptor que, en conjunto, constituyen un significado para ambos. Ese significado surge de la interacción entre ambas partes) (Blumer, 1982).

Pero, ¿de qué manera se configura la autoconsciencia según Mead?

Mead define el acto social como aquel en el que la situación o estímulo que libera un impulso, se encuentra en el carácter o conducta de una forma viviente que pertenece al propio entorno de la forma viviente cuyo impulso es liberado. Esto significa para Mead que el acto social no es el resultado de una decisión individual, sino que es, en gran medida, colectivo, puesto que el acto social implica la cooperación entre varios individuos en un contexto al que ellos pertenecen y que deben haber interiorizado. Mead explica este concepto apelando a los juegos infantiles. En su análisis, el autor diferencia dos tipos de juegos a los que estará asociada la conciencia y la autoconciencia. La integración de estos dos procesos conforma la identidad subjetiva. Ahora es importante ver cómo aparecen la conciencia y la autoconciencia en la interpretación que hace Mead del juego infantil.

El juego, en general, es una actividad humana en la cual el individuo adquiere la capacidad de volver sobre sí mismo, de verse a sí mismo como un objeto. Y esto se logra en el juego cuando los niños adoptan los roles de otros integrantes. En sus análisis del juego, Mead reconoce dos tipos de juego: el juego simple (play) y el juego estructurado normativamente (game). El primero, hace parte del nivel uno de conciencia, y el segundo, del nivel dos. En el juego simple, el niño actúa siempre imitando a diversos individuos y asumiendo sus roles, reproduciéndolos como ejemplos: papá, mamá, policía, superhéroe, etc. En esta época del juego infantil, el niño está aprendiendo a dar sentido a los roles de los otros que existen con él en el mundo social. Al asumir, por ejemplo, el rol de padre en un juego infantil, el niño produce en su interior las respuestas del rol del padre, empezando así, un proceso de comprensión de los roles que cumplen los otros (Mead, 1991).

En el juego organizado (game) hay reglas, existen menos libertades que en el primer tipo de juego (play). Aquí, “el niño debe no solo adoptar el rol del otro, como lo hace en el juego, sino que debe asumir el rol de todos los partícipes en el juego organizado y gobernar su acción en consecuencia” (Mead, 1991, p.180).

En los juegos de conjunto (fútbol, béisbol, baloncesto, etc.) hay posiciones y funciones de ataque y de defensa. El individuo que juega en la delantera sabe que debe atacar y ocupar ciertas posiciones en la cancha para poder cumplir su función. Pero también ha aprendido que, para poder cumplir su finalidad, sus compañeros deben cumplir con sus roles. El niño que juega un juego estructurado ha experimentado en él mismo, los roles de sus compañeros y por ello sabe cómo reaccionar y qué hacer en determinadas situaciones de acción (sabe, por ejemplo, que una situación de peligro debe bajar a defender y apoyar en la recuperación de la pelota, aunque él sea un delantero y cumpla la función de atacar y hacer goles). La autoconsciencia consiste así, en tener la capacidad de verse a sí mismo cumpliendo un rol determinado, a partir del rol de los demás individuos que, habitan en el mismo campo social. Soy consciente de que soy un hijo porque he debido asimilar en mi proceso de socialización, lo que significa el rol de un padre, de una madre. La identidad social de un individuo está asociada al aprendizaje de los roles sociales más importantes y de su sentido. La identidad sería así el resultado de la capacidad que tiene el individuo de verse a sí mismo cumpliendo su rol (o roles) a partir de la comprensión del sentido de los roles de los otros que habitan junto a él: mi identidad de hijo, de ciudadano, de estudiante no es una invención mía sino el resultado del modo como los otros perciben y dan sentido a esos roles que yo como individuo cumplo.

En conclusión, el proceso de desarrollo de identidad de las personas es un camino complejo de construcción de su individualidad desde la concepción, pero este proceso transcurre en un contexto sociocultural específico, el cual se puede simular a través de juegos organizados, mediados por maestros, que instauran normas y patrones sociales definidos, con el propósito de ser un sendero para obtener una vida llena de significado.

Animación: María del Mar Castro (@marcastro31)

Nota a los docentes:

Ahora que se aproxima la vieja normalidad educativa, o, ¿la nueva normalidad educativa?, mejor dicho, el retorno a clases físicas-presenciales, quiero lanzar un mensaje: ¡docentes, recuerden que el deber de ustedes –aparte de trasferir conocimientos “productivos”– es elevar a los estudiantes a un segundo nivel de consciencia!. Para ello, pueden utilizar los juegos organizados como herramienta para cumplir con dicho objetivo, o en su defecto, reflexiones o lecturas que trasgredan el pensamiento básico, y así, poder aportar un puñado de arena a la consolidación de una sociedad con humanos más autoconscientes, que abracen el mundo sin temor alguno.

Referencias:

Blumer, H. (1982). El Interaccionismo Simbólico: Perspectiva y Método. Barcelona: Hora, S. A.

Mead, H. G. (1991). La génesis del self y el control social. En: REIS, No. 55, p.p. 165-186.