23-julio-2020.

No toda libre expresión es premiada, no todo talento es reconocido, no todo lo expresado es bienvenido, no todo lo escrito es leído.

Sí la libertad de expresión fuera un delito, el señor, rey y amo de nuestra literatura, no nos hubiera regalado un nobel, nuestro primer cuento no hubiera sido de Rafael Pombo, Gustavo Bolívar no sería el padre de la narconovela, Jovita Feijoo no la hubieran considerado la reina de la simpatía y de Cali, César López no hubiera inventado la escopetarra, Desocupe Masivo no divertiría, Doctor Krápula y Adriana Lucía no cantarían en voz de protesta, Jairo Varela no hubiera encantado al mundo con sus letras, Bad Bunny no ganaría el premio al mejor compositor, el emprendimiento no sería ejemplo de creatividad y materialización, Jaime Garzón no hubiera sido asesinado, los debates no generaría controversia, el M19 no hubiera conformado un movimiento, el Uribismo no sería atacado a diario en las redes sociales, los influencers y youtubers no tendrían trabajo y yo no les hubiera escrito esto.

El artículo 19, es el correspondiente dentro de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, gracias a este, todos tiene la libertad de buscar, recibir y difundir información sin importar el contenido, como dice Andy Montañez: “cada quien con su cada cual”Hablar de libre expresión, es hablar de argumentos, de teorías, ideologías, criticas con o sin sentido y hasta del  temido bochinche. Imagínense ustedes: Criticar a Pekerman qué nos llevó a Mundial después de 16 años, a Nairo qué ha sido uno de los mejores escarabajos de Colombia y a Santos que se atrevió a algo que para muchos fue exitoso como para otros no, es el colmo, pero no, se llama libre expresión y puntos de vista.

La semana pasada, en pleno Nueva York, en pleno Times Square, donde han salido los avisos publicitarios de las mejores marcas, los mejores diseñadores y las mejores películas —hasta en la capital del mundo nos promocionaron la serie de Narcos, como venden a costillas nuestras desgracias— apareció la foto del mejor influencer de Colombia, del más vistoso e idolatrado por las generaciones del 97 al 2002. A él nadie le quita lo bailado, agrade o no lo que hace, hay que reconocer que sus reconocimientos son producto de su constancia, su simpatía, su muestra de humildad y como decía Jovita: “no me da pena hacer el ridículo”

Aunque no siendo todos pero si una cantidad considerable —por algo es el mejor de Colombia— el problema radica, en que ese tipo de ideas repercute cada día con más fuerza en las generaciones mencionadas, dejando a un lado los temas culturales. 

Ya los espacios que son destinados para el entrenamiento y el enriquecimiento cultural e intelectual son cada vez menos frecuentados por esa clase de seguidores. Las biblioteca  y los museos suelen ser visitadas por quienes superan los 24 años, las obras de teatro los aburre, las Guernica para ellos no existen, los encuentros de poetas “eso para qué”, la lectura les resulta tediosa “ay que pereza leer todo lo que usted escribe, eso tan largo”. Comparten frases de libros pero nunca los leen.  

Para colmo de mal, en ellos lo que no venda, lo que no tenga más de tres mil seguidores, no los haga reír y no sea reposteado no es de importancia, es por ello qué no reconocen el trabajo de Diana Trujillo y de sus otros ocho compañeros que trabajan en la NASA, así como el del “negro”  microbiólogo oriundo de Buenaventura, Raúl Cuero.

Yo no soy historiador, ni quiero juzgar, no soy juez, ni mucho menos el de arriba. En mi punto de vista, en mi crítica, en mi libertad de expresión, creo que no deberían pasar por alto lo cultural, no deberían abusar del consumismo, de la moda, de lo momentáneo, porque por ese tipo de cosas es que los demagogos abusan, disculpen la vehemencia, por la ignorancia. Es difícil combatir una dictadura, cuando muchos critican sin sentido, cuando muchos dicen que un Presidente es malo, pero a su vez no tiene argumentos para demostrar el porque. Lo viral es momentáneo, la historia es pasado, presente y futuro.