septiembre 11, 2019

Y entonces la hechicera le dijo a la reina:

-Tendrás una hija.

– ¿De verdad? – Preguntó ella, incrédula.

-Sí, será una bella jovencita – Le respondió la anciana, mientras movía sus manos alrededor de la soberana, hasta que en un momento se centró en su vientre y afirmó:

– Desde hoy te devuelvo el don de la fertilidad. Pero, a cambio, tu hija se dedicará a la magia. Nacerá, como yo, con poderes sobrenaturales y será capaz de hacer cosas que jamás ningún ser humano.

Y dicho esto, la mujer desapareció en una luz tan destellante, que la reina perdió el conocimiento y solo lo recuperó horas más tarde, después de que una de las sirvientes del reino la hubiera encontrado tendida en la alfombra de su habitación; de donde tuvo que levantarla con cuidado, ayudada por el mayordomo, para acostarla en su cama. Hasta llamaron al médico del reino, el cual afirmó verla en perfecto estado.

Lo curioso es que aquella tarde nadie vio entrar, ni salir a la vieja hechicera, conocida en el pueblo como una mujer escurridiza, cuyos sorprendentes poderes eran superiores a los de cualquier mago de otro reino. Por ejemplo, hacía unos años, con una simple mirada al campo, había recuperado toda la cosecha perdida del pueblo, la cual había sido destruida por una potente plaga. Y no obstante, hacía pocos meses, tras cerrar los ojos y entonar un canto, había hecho elevar por los aires a un niño que había caído a un pozo horas antes. La mujer lo hizo volar, lo rescató sin tan solo tocarlo y sin un solo rasguño. Y si usted no lo cree, puede preguntarle a cualquiera porque hasta el más incrédulo que hubiera en el pueblo lo presenció y si en un momento no lo pudo creer, pues le habrá bastado con sobarse los ojos.

Realmente, la hechicera era como una superheroína para los habitantes de Gaobotlandia y tenía un larguísimo historial de mágicos favores con los que había ayudado a todos desde niña. Pero, ahora ya estaba vieja y cansada…

***

La reina dio a luz a una linda niña: la princesa Isabella, de ojos claros, cabello rizado y cara redonda. Y no digo luz solo porque nació, sino porque esa chiquilla realmente irradiaba amor y felicidad a todos. En especial, a sus parientes: su padre, el rey; su madre y sus dos hermanos. Pues, la niña llegó a este mundo, milagrosamente, después de que su madre, años antes, hubiera sufrido un grave accidente en una carroza; tras el cual, debido a los múltiples golpes en su vientre, había quedado estéril.

-Eres la más hermosa princesa que haya visto – Le repetían casi todos los que la veían y la pequeña solo sonreía, haciendo aún más evidente su belleza.

Pero, la promesa de la hechicera no tardó en hacerse realidad, pues la anciana falleció pocos años después del nacimiento de Isabella y fue cuando ella empezó a tener experiencias sobrenaturales. Pasaba las horas jugando en su habitación, que al té, que a las carreras, que a los trabalenguas… No se escuchaban más que risas del otro lado de la puerta. Pero, todos los habitantes del castillo quedaron fríos al escucharle decir que se divertía mucho con su tío Horacio, refiriéndose a un valiente guerrero, hermano del rey, que había sido dado de baja en combate años atrás.

– Pero, ¿cómo supo el nombre? ¡Quién se lo dijo! – Preguntaba su padre, sobresaltado.

Nadie le había hablado jamás a Isabella sobre su tío. Más adelante, empezó a tener amigos imaginarios. No obstante, al ser tan poderosa la mente de la pequeña, éstos pronto cobraron vida y terminaron paseándose frente a todos por el castillo. Se trataba de un reno y un ovejo redondo, los dos con apariencia de muñecos de peluche; los cuales, desde su creación, habían tomado el rol de guardianes de la princesa. El ovejo apareció una mañana en su cuarto y desde ese día la vigilaba mientras dormía y el reno llegó en diciembre, como un bello regalo de Navidad y era él quien mantenía con ella todo el tiempo. Pronto se volvieron sus mejores amigos y parte de la familia real: Ovejo y Navidad. Aunque, Isabella también hizo amistad con el alma de otro hechicero del pueblo que había fallecido hacía más de cien años: el viejo Alan, abuelo de la anciana. De manera que, cada vez que salía del castillo en la carroza real, la niña no hacía más que saludar por la ventanilla al espíritu del hombre que estaba esperando en cada esquina para verla pasar.

Y así fue transcurriendo la infancia y juventud de Isabella, la linda y misteriosa princesa con poderes, que empezó a ayudar a los habitantes del reino, tal como se le había indicado aún antes de nacer. Así que la jovencita mantenía muy ocupada de aquí para allá, solucionando inconvenientes con magia y solo tenía descanso en su habitación por las noches, cuando se dedicaba a ver las estrellas a través de la ventana de su cuarto, hasta quedarse dormida. Ese momento a solas era su parte favorita del día.

Muchos años después, sus padres fallecieron, coronaron como rey a su hermano, ella se casó con otro príncipe, tuvo hijos, sobrinos y demás. Envejeció… Y una noche, una campesina del reino lloraba y gritaba desesperada. Había tenido tres embarazos fallidos y aun no lograba concebir. Cuando, de repente, se vio un gran destello de luz en la humilde casita de madera donde habitaba. Pero, antes, se escuchó la voz de una princesa ya anciana:

-Tendrás una hija.