Por: Pablo Angarita.

Conforme han pasado los días, los jóvenes de Colombia han demostrado que el paro iba en serio, que el descontento y que la rabia social eran dignas en medio de las deplorables situaciones en la que viven millones de colombianos. Esto como resultado de los problemas estructurales que por años la clase política, y parte de la población, han ignorado, influenciados por los medios tradicionales y oligopólicos que existen en nuestra patria. Todo esto ha llevado a miles de personas a mantener los puntos de bloqueo, que ellos mismos denominaron ‘puntos de resistencia’. ¿Resistencia de qué? Se preguntan muchos, mientras ven lo que los medios tradicionales muestran de estos.

Y es que en parte se ha pretendido ignorar que en estos transcurren eventos que atienden a una población en medio del olvido estatal que el Gobierno colombiano ha generado por años. Hace unos años resultaban los pueblos y las zonas más alejadas de las ciudades los que sufrían los problemas del olvido estatal y las consecuencias de éste. Ahora, el escalonamiento del olvido ha sido tal que las mismas ciudades han desarrollado enormes nidos de desigualdad: parte de la población es carente de oportunidad alguna para construir un futuro. En Cali, una ciudad donde encontramos barrios parecidos a Beverly Hills y barrios donde se transpira más miseria que en el propio Sudán, resulta apenas lógico el estallido, así como que esta ciudad haya sido y sea el epicentro de las protestas. El primer día se inició con los Misak tumbando una estatua que carecía de apropiación cultural por parte de la ciudadanía, y 47 días después la ciudadanía por sí sola se organizó y construyó una para representar la lucha y sus caídos.

Resulta pues que, en estos bloqueos, más allá del terror de que son vándalos preparándose para irrumpir en conjuntos residenciales, son en realidad jóvenes que, ante la falta de posibilidad de estudiar, de trabajar, de poder brindarle un presente y futuro a su familia, han decidido arriesgar lo único que tienen… su vida. Pues bien, los mecanismos de participación política de estas personas dentro de “la democracia más antigua de América latina” se han visto agotados, así como la representación de sus demandas y necesidades en los espectros legislativos. Pues bien vemos ese congreso carente de jóvenes, mujeres, indígenas o desplazados, está lleno de empresarios o inversionistas de dudosa procedencia.

Ante este levantamiento popular no se ha visto más que represión, al punto de que las fuerzas del Estado llegaron a disparar balas reales a los protestantes. No se ha visto más que la organización de los medios tradicionales hacía la satanización de estos, bajo el mismo argumento que han utilizado por años de señalar de guerrillero o terrorista a todo aquel que levante su voz contra las élites gobernantes, invisibilizando así el papel que los puntos de bloqueo han generado en materia de tejido social, alimentando con ollas comunitarias a los que normalmente no comían ni 2 veces al día. Realizando actos de pedagogía política, en un país donde la educación es un privilegio y el analfabetismo es algo del día a día. Desarrollando actividades culturales y bibliotecas en un país donde la cultura jamás ha importado.

Ignorar estas problemáticas, ignorar la situación de estas personas, ignorar su rabia, ignorar las ganas de ‘estos’ de poder construir un país para todos y un futuro para sus familias, tratándolos de guerrilleros, solo va a generar más violencia y muerte en un país donde ya no alcanzamos a contar los muertos. Un Gobierno responsable debe garantizar la protesta pacífica, así como tramitar la asistencia social y el interés a un problema estructural que calcinaba en una olla ya hace años, y a punto de plomo y lacrimógena no hace sino alterarla más.