Licor barato, cigarros de contrabando y periódicos de una semana atrás. Barbas mal cortadas, arrugas en la cara y canas en sus cabellos descuidados. Son personas en su día a día en la silla de un parador del mío, aquél medio de transporte azul que ya no pasa por esa calle.

Son ancianos, y se diferencian por algo: Jorge es casi sordo, y aunque tenga micrófonos puestos en sus dos orejas, puede pasar una orquesta de banda marcial y él no va a oír nada, sin embargo, tiene ojos para quedarse viendo por horas en los periódicos la sección donde está la chica semidesnuda. Raúl es casi mueco, pero no deja de ruñir los huesos que el dueño de un asadero cercano siempre le da para que se alimente. El otro, Reinel Cardozo, y quizás el más peculiar pero no el más importante, es el que habla con un tono muy chillido y entre cortado. El típico tono de voz de un anciano que ha sabido vivir bien su vida sumida en el alcohol, los cigarrillos y el juego. “Aquél tipo se la pasaba cantando y cantando, pero únicamente cuando estaba borracho” dice César Aristizábal, dueño de una quesera al lado del paradero. Las canciones que a Reinel Cardozo le movían el corazón y las cuerdas vocales son, en su mayoría, las de Antonio Aguilar.

“Qué lindo bikini”, expresaba Jorge mientras veía a una linda mujer en traje de baño en un Q’hubo de tres días antes, en la sección de la zona rosa. Ese periódico mojado, rasgado en algunas partes y engrasado en otras, lo utilizaba para hacer volar su imaginación… quizás mira esas secciones de los diarios para creerse más joven y con más energía. Quienes le conocen su maña, ya lo toman como normal, e incluso le regalan periódicos para que sólo vea esa parte del mismo.

La grasa de un muslo de pollo asado se nota por el brillo que deja en los labios y mejillas de Raúl. Sin dientes, aquél pedazo de gallina que le regaló, como es de costumbre en las noches, don Jairo, el dueño del asadero a unos cuantos pasos de ahí, va dejando el hueso al descubierto… conforme va mordisqueando, va ruñendo tan perfectamente como si con una lija hubieran raspado el pedazo de hueso. Siempre Raúl deja los huesos en blanco.

“Gabino Barrera no entendía razones andando en la borrachera” cantaba a todo pulmón a las 5:00 o 6:00am casi todos los domingos con una caneca de Guaraqueño, o como la gente lo llama en el barrio, el chirrinchi. Quizás por esto, por ser tan toma trago y levantar a todos los del barrio a esa hora es por lo que lo llamaron, con el paso del tiempo, ‘Gallina vieja’. Y no le molesta… le gusta, y después de tomar de la botella unos sorbos de su alegría, como él llama a su licor de estanquillo, canta más fuerte aún.

Estos tres hombres se la pasan juntos, pa’ arriba y para abajo. No se despegan sino para que uno de ellos vaya a comprar ‘el caneco’ de ‘chirrinchi’, que es uno de los aguardientes más baratos que hay en el mercado. Una caneca puede costar alrededor de $2.800 pesos, y es tan suave, que les toca tomarse unas ocho al día para sentirse bien.

Esta es la vida, la obra y el desparche de estos hombres ancianos… y ni tan ancianos. Más bien los catalogaría como ‘maduros’, pero bien verdes. Cansones, gritones, vivos. Son el alma del barrio y todos los conocen. El día que alguno de ellos falte, se morirá la alegría en la calle, el paradero del MÍO se ensuciaría por falta de uso, y el estanco perdería a sus tres más fieles clientes.